Reynaldo Mota Molina
Entrando en caminos escabrosos pero necesarios, asumimos que el amigo fiel de México, Juan Pablo II, el Papa bien amado, supo adaptar a los tiempos modernos la Iglesia universal de Jesucristo; su misión apostólica envolvió la evangelización del mundo entero y su misión política y diplomática tuvo ecos tan trascendentales como la caída del muro de Berlín y la caída del comunismo ateo que tenía como baluarte la Unión Soviética, hoy nuevamente Rusia, por mencionar sólo unas pinceladas de su enorme personalidad. Esta última —la política y diplomática— abrió horizontes sin precedentes en la relación de la Iglesia católica con los gobiernos de prácticamente todos los países del mundo y con otras religiones inclusive.
Entrando en caminos escabrosos pero necesarios, asumimos que el amigo fiel de México, Juan Pablo II, el Papa bien amado, supo adaptar a los tiempos modernos la Iglesia universal de Jesucristo; su misión apostólica envolvió la evangelización del mundo entero y su misión política y diplomática tuvo ecos tan trascendentales como la caída del muro de Berlín y la caída del comunismo ateo que tenía como baluarte la Unión Soviética, hoy nuevamente Rusia, por mencionar sólo unas pinceladas de su enorme personalidad. Esta última —la política y diplomática— abrió horizontes sin precedentes en la relación de la Iglesia católica con los gobiernos de prácticamente todos los países del mundo y con otras religiones inclusive.
Esta apertura ha sido utilizada por políticos sin escrúpulos como el panista Vicente Fox Quesada y su querida Marta para obtener la anulación de sus respectivos matrimonios eclesiásticos anteriores y ahora, en tiempos de Benedicto XVI, por el aspirante priísta a presidente de México, Enrique Peña Nieto, con similar pretensión respecto a su novia, la actriz Angélica Rivera, pero va más allá: pretende que Su Santidad oficie la misa en que contraerán matrimonio aprovechando la supuesta visita del Papa a México, según Peña Nieto: “Nos ofreció que vendrá a México en mayo cuando lo saludamos en Roma”, y agregó que “será un madrazo para sus rivales en la contienda presidencial. Voy a declarar tres días de fiesta, se izará la bandera nacional en el Palacio de Gobierno de Toluca, no se cobrará esos días en la autopista y los agentes de tránsito dejarán de morder…”
Tal cinismo frívolo cabe solamente en las mentes de los políticos; aquí lo grave radica en que Peña Nieto está apadrinado por jerarcas de esta Iglesia. A Roma lo acompañó monseñor Carlos Aguiar Retes, presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), integrante de la comitiva de diez obispos que avalaron la invitación al Papa Benedicto XVI. El obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, expresaba ufano: “El gobierno del estado de México es muy generoso con nosotros, nos pagó el viaje a Roma en primera clase, comimos en los mejores restaurantes, hasta nos llevaron a dar un paseo a la Vía Veneto ¿cómo no íbamos a apoyarlo?”.
Todo esto no es gratuito. El Vaticano dirige una escalada para la penalización del aborto en América Latina. En México, 18 estados ya modificaron sus leyes penalizando esta práctica y se trata de alcanzar las dos terceras partes del Congreso de la Unión para realizar una reforma constitucional en dicho sentido con el apoyo del PAN y la derecha del PRI, bajo un cálculo político electoral para el 2012.
Es decir, lo que obispos y sacerdotes dejaron de hacer en el campo pastoral hace mucho tiempo, ahora tratan de remediarlo mediante negociaciones políticas francamente perversas.
Ante la delicadeza del tema deseamos dejar clara nuestra posición: Estamos por el derecho a la vida.
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