Reynaldo Mota Molina
Cada vez que lo considera conveniente Carlos Salinas de Gortari se exhibe a la luz pública para mantenerse vigente. En estos días el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Sergio Valls Hernández, celebró su cumpleaños número setenta junto con políticos, gobernadores, líderes sindicales, empresarios y personajes de la Iglesia católica. El invitado especial fue Carlos Salinas que, rodeado del heterogéneo grupo, muestra su ascendencia sobre la representación de distintos órdenes de los poderes político, económico y social, incluyendo el de justicia.
Cada vez que lo considera conveniente Carlos Salinas de Gortari se exhibe a la luz pública para mantenerse vigente. En estos días el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Sergio Valls Hernández, celebró su cumpleaños número setenta junto con políticos, gobernadores, líderes sindicales, empresarios y personajes de la Iglesia católica. El invitado especial fue Carlos Salinas que, rodeado del heterogéneo grupo, muestra su ascendencia sobre la representación de distintos órdenes de los poderes político, económico y social, incluyendo el de justicia.
Soltado de la mano de Salinas como producto desechable al que ya no se le puede extraer nada, Felipe Calderón da bandazos extraños: Dice estar dispuesto a dialogar y escuchar razones y propuestas, pero no escucha —declaró Javier Sicilia—, y se aferra a su capricho de continuar la intervención militar en las calles; ensoberbecido —¿o debilitado?— proclama que tiene la ley, la razón y la fuerza. Entonces, ¿cuál diálogo?
El “Todos somos Juárez” es ejemplo del manipuleo del discurso oficial que reactiva ahora con el mote de “Ciudad Heroica”, anticipándose a la firma del pacto del movimiento social por la Paz, la Justicia y la Dignidad, con el fin de atemperar protestas y agravios de las víctimas de la injusticia, la indolencia, la corrupción y la impunidad.
Acorralado por las voces de protesta ante la inseguridad, la violencia y la ola de sangre que vive el país, dice que el “ya basta” debe dirigirse a la delincuencia, tratando de desviar su responsabilidad y ocultar la ineptitud de su gobierno; sin embargo, la consultoría en seguridad global Stratfor, en su reporte “Mexican drug war 2011”, señala que la prioridad de Felipe Calderón es “disminuir la violencia, no la eliminación de los cárteles”. Entonces, ¿por qué demonios la tal “guerra”?
En la reciente visita de Calderón a Perú, se quejó de que en México aún prevalece la cultura de la corrupción y de la impunidad: “No hay alternativa” —dijo— pero “prometió” seguir su lucha aunque se deban derribar mitos y obstáculos profundamente arraigados.
Atrapado en su propio laberinto, fatigado y rechazado, pretende, como lo hizo a lo largo del sexenio, evadirse, como sucedió con los famosos decálogos que se llevó el viento, así como las promesas de reformas “profundas” y tantas más.
En otro arranque de irresponsable frivolidad o de franca paranoia, Calderón dijo que los únicos shots (tiros) que recibieron los turistas estadunidenses en México fueron de tequila…
Con un gobierno enfermo y en etapa terminal, ¿qué puede esperarse? ¿Qué puede esperarse de un hombre que para sentirse fuerte pretende encontrar en Sir Winston Churchill, en tiempos de guerra, su reflejo…? Cuando su verdadero reflejo está en el hombre pequeño, gris, tímido y torpe como es Ernesto Cordero, a quien pretende dejar como su sucesor en la silla presidencial.
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