domingo, 4 de julio de 2010

A DIEZ AÑOS DE DISTANCIA…

Reynaldo Mota Molina

Precisamente el 2 de julio se cumplieron diez años de alternancia del gobierno de México. Hace diez años ¡por fin se hacía posible lo imposible!: “sacar al PRI de Los Pinos”, según uno de los muchos dichos de Vicente Fox Quesada quien ganaba la presidencia de la República de manera contundente con el abierto apoyo de la gran mayoría de la gente, que creyó en su campaña y sus promesas. La entrada a la vida democrática —pensaba ésta— era un hecho en sí mismo y el cambio de gobierno era implícito de un buen gobierno. El júbilo era indescriptible y muestra de la fe y la esperanza del pueblo mexicano en el futuro promisorio. El Ángel de la Independencia de la Ciudad de México es mudo testigo…, y algunas otras plazas del país también.

Pero han pasado diez años —tan sólo diez años— y la realidad que muestra la nación está a años luz de distancia de aquella celebración jubilosa: el pobre ahora es miserable, el rico ahora es millonario y el millonario es el hombre más rico del mundo. La injusticia social se abrió en un abismo sin fondo. La corrupción y la impunidad de entonces ahora parecen algo trivial e irremediable ante la envergadura de las atrocidades perversas que se cometen hoy con el tejido institucional de los tres poderes de la Unión bajo el poder del Ejecutivo, encubiertas con un inexpugnable manto de impunidad y cinismo de los gobiernos del cambio, es decir, del PAN.

Esto, que pareciera ser un signo de fortaleza del gobierno actual, el de Felipe Calderón Hinojosa, es precisamente lo contrario; lo fue desde el principio.

La fuerza legítima otorgada por el pueblo a su presidente la despilfarró Fox mediante la traición, la irresponsabilidad, la corrupción irrestricta que contaminó las instituciones de los tres Poderes, el tráfico de influencias, el otorgamiento ilimitado de privilegios a sus cercanos y grupos privilegiados, y la apertura incontrolada del narcotráfico y de las consecuentes actividades ilícitas del crimen organizado. De salida, mediante una campaña de odio que partió en dos a la sociedad mexicana, organizó el fraude electoral más costoso para sentar a su sucesor en la silla presidencial. Cuando terminó su sexenio salió a hurtadillas ante el encono popular.

Así es como Felipe Calderón llega al poder, debilitado y con el estigma de ilegítimo; realiza su Toma de Protesta por la puerta trasera del Congreso. Su “fuerza” reside en los grandes poderes fácticos que lo sostuvieron e invirtieron en su candidatura a cambio de que se cobrarían también a lo grande, tal y como ha sido y sigue siendo.

Tratando de legitimarse, improvisadamente se lanza a una “guerra” contra el narcotráfico arrastrando al Ejército y a la Armada —impreparados para tales menesteres— y a las Fuerzas Federales de seguridad y se topa con hueso... El resultado a casi cuatro años es un soberano fracaso que ha inundado de sangre y luto al país inútilmente.

Pero hay algo más grave: el crimen organizado, en consecuencia, ve liberado su poder avasallador; se fortalece, se multiplica cada vez más sanguinario y se esparce, como cáncer que es, aún más allá de las fronteras y ante el desafío de Calderón, infiltra y copta instituciones, corporaciones y cúpulas de poder sometiéndolas a su servicio. Hace alarde ante el débil y casi inexistente gobierno: secuestra, asesina a su gente más cercana; hace lo mismo con personajes y funcionarios públicos de cualquier partido político y pone en jaque al gobierno de Calderón ante los inminentes comicios en catorce estratégicos estados de la República, que son sintomáticos del proceso electoral del 2012.
Su objetivo, al parecer, es el ascenso al poder político.

Sin embargo, hay estrategias y experiencias internacionales comprobadas para combatir eficazmente al crimen organizado y la narcopolítica —Colombia, Rusia, Japón y otros 14 países—que Felipe Calderón no quiere aplicar y prefiere seguir el camino equivocado.
¡Aún es tiempo!
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