Reynaldo Mota Molina
Desde la época vasconceliana
la educación pública en México fue concebida y diseñada “de medio pelo” para
que el pueblo, que se debatía en los estragos de la postrevolución, no tuviera
posibilidades de desarrollar el pensamiento y capacidades que pusieran en
riesgo los planes políticos de los gobiernos revolucionarios.
Así ha sido desde entonces y
hemos visto a través de los años y comprobado ahora, que el sistema educativo
de nuestro país está muy lejos de competir con los estándares internacionales
en todos los niveles de la educación, desde la preescolar, primaria,
secundaria, preparatoria, universitaria, tecnológica y aún la de postgrado,
radica en la mediocridad y en la frustración de los estudiantes que en búsqueda
del desarrollo profesional, si llegan a terminar sus estudios en cualquier
entidad pública, se encuentran en desventaja al pretender un empleo
adecuadamente remunerado.
Más aún, el presupuesto para
la educación en nuestro país es de los más bajos del mundo, en contraste con
los altos ingresos que reciben magistrados, legisladores y partidos políticos,
por mencionar sólo estos ejemplos, sin contar los recortes presupuestales que
agravan el problema.
El sistema educativo de México
está diseñado para producir mano de obra barata para las empresas
transnacionales estadounidenses principalmente, españolas, y de otros países
europeos. Así vemos que desde la enseñanza secundaria se imparten talleres
técnicos a los estudiantes; en la preparatoria se fomentan las actividades
técnicas y los egresados reciben un certificado que los acredita como técnicos.
Las instituciones tecnológicas hacen lo propio. La proliferación de
universidades privadas con currículos tecnológicos está en boga con el mismo objetivo.
El sistema de educación
pública no contempla la formación de líderes en ninguno de sus niveles —el
gobierno mexicano es enemigo de que la gente piense—, no fomenta la creatividad
empresarial, por el contrario, sólo forma empleados de servicios, y crea
instituciones de enseñanza técnica.
Así, los egresados sólo
aspiran a empleos menores, y quienes reciben un título profesional no tienen el
perfil correspondiente a los requerimientos de las empresas y terminan
aceptando menos.
Las reformas constituciones aprobadas
el año pasado —muchas sobre las rodillas,
es decir, rapidito porque así
convenía a los intereses del gobierno— van acordes a este esquema, por ejemplo,
los contratos temporales que no generan prestaciones sociales ni crean derechos
laborales; todo a favor del patrón.
El servilismo de los gobiernos mexicanos a los intereses extranjeros
ha sido manifiesto desde Porfirio Díaz, para no irnos más lejos, que en un afán
mal planeado del desarrollo del país, permitió la explotación del petróleo y las
minas, sin reservas, a Estados Unidos, Gran Bretaña, Bélgica, Holanda,
etcétera, hasta que Lázaro Cárdenas puso un hasta
aquí a las empresas petroleras, pero las mineras siguen saqueando oro,
plata y demás minerales con métodos inhumanos, ante la absoluta complacencia de
los gobiernos en turno. México es el único país del mundo cuyas minas siguen
explotándose a cielo abierto y sin protección segura para los trabajadores.
Cierto es que hay muchos
mexicanos sobresalientes en los campos de la administración, la ciencia y la
tecnología, algunos de los cuales emigran al extranjero para desarrollarse,
pero en realidad son muy pocos en proporción de los 115 millones de habitantes
del país, resultado indudable de la mala educación en México.
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