En el año 2000 muchos mexicanos creyeron que con el sólo hecho de sacar de Los Pinos al PRI y substituirlo por el PAN en las botas vaqueras de Vicente Fox, las cosas cambiarían para bien automáticamente. Otros más hasta decían que por fin accederíamos a la democracia después de soportar más de setenta años de “dictadura perfecta” priísta cuyo hartazgo era ya inaguantable.
Todo resultó una falacia. Ante el desencanto popular las cosas no solamente no cambiaron sino que el pueblo mexicano quedó sumido en una pobreza aún mayor y en medio de la profunda injusticia social, la desigualdad económica se disparó hasta el infinito debido a la corrupción y privilegios otorgados a un reducido número de amigos de Fox.
El ardid creado por las fuerzas políticas y económicas dentro y fuera del país coludidas en su momento con el gobierno de Ernesto Zedillo tuvo el resultado perfecto para ellas puesto que las colocó en la cúspide de la toma de decisiones sobre el “producto” Fox, encubiertas en un despliegue mediático sin precedentes cuyo altísimo costo corrió a cargo de los ciudadanos. Uno de los servicios adquiridos fue abrir de par en par las puertas al narcotráfico, que se precipitó en un alud sin que nadie, naturalmente, se ocupara de controlarlo. Favorecía no solamente el trasiego de la droga en todo el país sino que propiciaba el consumo interno, la prostitución, el secuestro y todo tipo de actividades ilícitas de la delincuencia organizada ante la impunidad más absoluta.
En el 2006 Felipe Calderón creyó encontrar en esto la coyuntura ideal para legitimar su acceso fraudulento a la silla presidencial en la que fue impuesto por los codiciosos poderes fácticos que lo rodearon y emprendió, sin más, la guerra contra el narcotráfico utilizando al Ejército, a la Armada y a los cuerpos policiacos, cuidándose de no tocar el patrimonio económico y financiero de los cárteles. El resultado no puede ser más desastroso: 23 mil muertos en lo que va de su sexenio con una violencia jamás vista en México; proliferación de cárteles de la droga cada vez más sanguinarios; inseguridad generalizada en todo el país; infiltración del narco en las altas esferas de los tres Poderes de la Unión; y por si fuera poco, crecimiento galopante de la pobreza y de la injusticia social a niveles sin precedente; impunidad, corrupción, incapacidad absoluta para gobernar.
Ante el descomunal fracaso y su ineptitud Calderón pretende maquillar este resultado cambiando su discurso: Ya no se llama “guerra”, como siempre se ufanó de decirlo, sino “lucha por la seguridad pública”; ya no pretende acabar con el crimen organizado sino “lograr la seguridad pública de los ciudadanos”. Ya antes, abrumado, pedía a todos “hablar bien de México” ante los ojos de los visitantes extranjeros. A través del parapeto de Gobernación Fernando Gómez Mont, pide a los medios revisar su lenguaje para que no se oiga tan cruda la situación.
En su largo e insólito desplegado del 14 de junio Felipe Calderón parece tender la mano a los capos y proponerles un pacto de paz. Estos, difícilmente aceptarán porque en primer lugar, no es confiable; segundo, porque cuentan con tanto poder, recursos y control territorial y de instituciones gubernamentales, que los hace incólumes como está visto. En todo caso, esperarán tiempos mejores.
Este es el punto. Hacia el final de su sexenio Calderón pretende salir airoso de su estrepitoso fracaso. La alternancia para el 2012, como se vislumbra, será, para desgracia de México, otra vez el PRI con todos sus vicios corregidos y aumentados —¡vaya futuro!—, en la figura de Enrique Peña Nieto, delfín de la camarilla, para no llamarle capo, del Grupo Atlacomulco, experto en negociar con todo tipo de delincuentes organizados o no. Con éste sí les interesará llegar a acuerdos que les convengan y, entonces, probablemente llegue la “paz” como en los viejos tiempos. ¿Verdad Salinas…?
Le invitamos a escuchar la entrevista de Carmen Aristegui a Edgardo Buscaglia sobre el comunicado del gobierno federal en torno a la lucha del crimen organizado.
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