lunes, 14 de marzo de 2011

¿QUIÉN RESPONDE POR LOS DAÑOS?

Reynaldo Mota Molina

¿Quién responde por los daños causados a la sociedad mexicana a causa de la guerra estúpida e inútil de Felipe Calderón Hinojosa en contra del narcotráfico? ¿Por qué nadie es capaz de poner un ¡hasta aquí! a la violencia y a la impunidad? ¿Por qué pesan más los intereses políticos de los partidos y de los legisladores que la conciencia humana? Y la pregunta vuelve a replantearse: ¿Hasta dónde nos quieren llevar…?

Y no es que la sociedad permanezca inerte o no esté harta de sangre y de violencia y manifieste de mil modos su inconformidad… ¡que nadie oye!; en cambio, parece que la protesta alerta la represión por si acaso. En el discurso oficial del Día del Ejército Mexicano el secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, expresó ante Felipe Calderón: “Vendrán tiempos mejores, momentos difíciles, circunstancias inéditas, no lo sabemos, pero lo que venga señor Presidente, habrá de encontrar a México con unas fuerzas armadas leales, preparadas y prestas para servir…”.

Acaso a esto se deba la militarización del territorio nacional hasta los lugares más recónditos. Los soldados están ya en todos lados dispuestos para la acción inmediata y todos sabemos el pretexto, sin embargo, esto no ha disminuido la violencia ni el narcotráfico en ninguna parte sino que los ha exacerbado; los asesinatos se cuentan por decenas casi todos los días en diversos lugares del país a manos del crimen organizado y de las fuerzas armadas federales del orden. Los muertos suman más de 35 mil en cuatro años del gobierno calderonista, y todo tan campante…

La juventud, el estrato social más vulnerable en esta desdichada circunstancia, alimenta la carne de cañón de ambos bandos. Por un lado, el crimen organizado recluta niños, adolescentes y jóvenes -la mayoría sin oficio ni beneficio- por la fuerza o voluntariamente con el señuelo de la droga y del dinero fácil; sólo se trata de matar… o de morir. Las fuerzas armadas despliegan campañas mediáticas para enrolar adolescentes y jóvenes con el anzuelo del fervor patrio y de un futuro promisorio que seguramente nadie verá, porque en breve estarán enfrentados entre el fuego cruzado de unos y otros.

Más aún, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) ha abierto el claustro del campo militar para que los niños se acostumbren a convivir con las armas y los soldados. ¿De qué se trata? ¿Cuál es el fin verdadero?

Hasta ahora nadie se ocupa del daño social que esta conflagración -que no lucha- ha traído y que aquí hemos comentado desde hace tiempo. La revista Proceso realizó una serie de entrevistas con tanatólogos, es decir, especialistas que estudian el fenómeno de la muerte, para conocer el grado de afectación social. Algunos concluyen que la guerra contra el narcotráfico “ya enfermó a la sociedad mexicana; los ciudadanos se tornan desconfiados o escépticos o de plano viven llenos de miedo” (…) “Los mexicanos tardarán varias generaciones en recuperarse de esta ‘patología social’ y ‘duelo crónico”. Y lo más grave es que, según afirman: “Ello puede ser utilizado por grupos de poder con fines autoritarios”.

Esta es la realidad de las cosas. Estamos en una problemática generacional que inhibe la actitud positiva y el desarrollo humano e intelectual de la juventud y de la niñez envolviéndolas en una vorágine de sangre y violencia que terminarán por ver como cosa natural porque es lo conocen y viven cotidianamente. El daño es realmente monstruoso; y de esta juventud y de esta niñez saldrán los hombres y las mujeres que pronto tendrán en sus manos el destino de la nación y de millones de seres humanos bajo un sistema de gobierno -si es que aún existe- que alguna vez pretendió ser democrático.

Y no hay quién responda por todo este daño…
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