Está ampliamente demostrado por los partidos políticos que los idearios, la ética, el amor a la patria y los objetivos por el bien común, no son más que un manojo de buenas intenciones alguna vez imaginadas por sus ideólogos; ejemplo típico es el Partido Acción Nacional (PAN). Hay otros que ni a eso llegan, sino que fueron concebidos específicamente como instrumentos electoreros al servicio del mejor postor como son el Partido Nueva Alianza (PANAL) de Elba Esther Gordillo y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) de la familia González Torres, por mencionar algunos malos ejemplos. El resultado de la Revolución Mexicana en este sentido y la expectativa del sistema democrático propiciaron a lo largo del siglo XX la creación de diversos partidos políticos con distintas corrientes ideológicas e intereses creados que el gobierno priísta, que predominó durante todo este tiempo, y el Congreso de la Unión, servil, solaparon en un juego perverso que deterioró la competencia política-social con el fin del perpetuar la predominancia del PRI en el gobierno federal hasta reventarlo en el año 2000.
Para esto contribuyó en buena medida el hartazgo de la ciudadanía debido a la injusticia social, la corrupción, la impunidad y el abuso de poder en todos los órdenes de gobierno. Esto, el trabajo subterráneo de la derecha —siempre presente— y los organismos internacionales que gobiernan al mundo hicieron posible lo que se consideraba inalcanzable en nuestro país: sacar al PRI de Los Pinos mediante un proceso electoral que llevara a la alternancia del gobierno con la entronización del PAN, encubierto —otra vez— de buenas intenciones, pero que en el fondo buscaba el empoderamiento de la derecha y de los poderes fácticos que invirtieron fabulosas cantidades de dinero y recursos en este proceso.
Como se ve, todo esto no es más que un juego desleal de intereses de los políticos, de los partidos y de quienes ejercen dominio sobre los gobernantes desde una amplia gama de lícitos e ilícitos, en el que el apego hacia el ciudadano común no existe sino única y exclusivamente en el discurso demagógico.
En este juego abyecto no es de extrañar que a la vista de los comicios de este año para las gubernaturas de diez estados de la república, trece congresos locales y mil 523 alcaldías, las alianzas de corrientes ideológicas, aparentemente confrontadas, como son la derecha (PAN) y la izquierda (PRD) se confabulen con el único fin de impedir que el mutante PRI continúe consolidando la predominancia recuperada en el 2006, tanto en el Congreso de la Unión como en dieciocho —de treinta y dos— gubernaturas, incluyendo el Distrito Federal, que lo tienen convertido en la primera fuerza política territorial del país, lo cual demuestra que la pugna feroz entre el PAN y el PRD, el juego sucio que desembocó en la guerra de odio en el proceso electoral del 2006, que hasta hoy tiene profundamente dividida a la sociedad mexicana, no fue más que un artificio político instrumentado por el PAN para evitar que Andrés Manuel López Obrador, representativo de una fracción de la izquierda mexicana, llegara al poder, porque todo estaba armado y previsto por los poderes mencionados arriba para que la presidencia fuera ocupada, a como diera lugar, por Felipe Calderón Hinojosa, representativo de la derecha internacional. De allí su infortunada frase: “haiga sido como haiga sido”…
Lo anterior no soslaya que el PAN y el PRD sean partidos hipócritas, falsos y desvergonzados, carentes de credibilidad, como tampoco soslaya la capacidad acomodaticia del PRI para manipular sus alianzas con el PAN, el PVEM, el PRD o cualquier otra con el único fin de conservar el poder. ¡Triste destino el de este país nuestro!
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