lunes, 22 de noviembre de 2010

RESACA “BICENTENARIO”

Reynaldo Mota Molina

Pasados los “festejos” que debieron ser conmemoraciones de dos sucesos trascendentales de la vida nacional —la Independencia y la Revolución— para reflexionar sobre los motivos, los eventos mismos en su desarrollo y las consecuencias, pero sobre todo, sobre las experiencias de estos para rectificar y definir rumbos de la nación mexicana a doscientos y cien años de distancia respectivamente, aún se conserva la polémica de si teníamos o no algo qué “celebrar” por ellos.

La oportunidad de profundizar sobre estos temas involucrando a la gente para tratar de entender dichos fenómenos, aprender de sus enseñanzas y visualizar alternativas de nuevos derroteros para la conducción del país que redundara en una mejor calidad de vida de la ciudadanía en general, se perdió en la banalidad y el despilfarro del gobierno calderonista que no supo, ni quiso, ni pudo afrontar ambos poderosos acontecimientos, que más para mal que para bien le correspondió enfrentar, y se salió por la tangente más fácil y costosa: el “show”, ante el regocijo popular.

Si se trata de la Independencia que encabezó el cura Miguel Hidalgo y Costilla bajo el plan revolucionario del doctor Manuel Iturriaga de Querétaro, que consistía básicamente en propagar la inconformidad con los españoles y rechazar la idea de que la Nueva España quedara sometida a los franceses —ante la reciente invasión napoleónica de España—, el gobierno sería ejercido a nombre de Fernando XII por una asamblea de representantes. Descubierta la conjura, la mañana del 16 de septiembre de 1810 Hidalgo hizo tocar el esquilón de la parroquia de Dolores, Guanajuato, y desde el pórtico se dirigió a la multitud en estos términos: “Este movimiento tiene por objeto quitar el mando a los europeos…, que se han entregado a los franceses y quieren que corramos la misma suerte, lo cual no debemos consentir jamás. ¡Viva la Independencia! ¡Viva la América! ¡Muera el mal gobierno!”

Sobre la figura de don Miguel Hidalgo se han tejido —sobre todo con motivo del “festejo” del Bicentenario— mil y una versiones acerca de su conducta como sacerdote de la Iglesia católica, más para desprestigiarlo —quién sabe con qué fines— que para conocer la verdad de los hechos que constan en algunos libros de historia que no ocultan los haberes y deberes del cura insurrecto.

Si se trata de la Revolución, es mucho más compleja, y los próceres y los caudillos por lo general son igualmente desprestigiados o disminuidos en sus virtudes por los conservadores de la derecha incrustados en el gobierno, en la clase política, en la clase empresarial y en el clero. Sin embargo no es un hecho aislado o desconectado de la guerra de Independencia, que por las vicisitudes ocurridas durante los primeros cien años, no logró traer paz ni justicia, pero sí librarnos de las intervenciones francesas y americanas…, bueno… Tampoco acabar con el mal gobierno; sólo cambió de manos.

Tanto la “bola” que se encendió en Cananea, Sonora, como la Revolución que incendió al país perseguían la justicia social como fin primordial ante el hartazgo del sometimiento y la injusticia popular. El costo fue de más de un millón de muertos.Cierto es que se obtuvieron reivindicaciones importantes, como dicen algunos: la seguridad social —aunque ande ahora de patas arriba—, la educación pública —más bien, pseudoeducación—, cierto desarrollo económico y social —que hoy está en picada—, en fin, estamos de acuerdo con estos ejemplos pero con dichas salvedades.

Con esta perspectiva concluimos, sin escatimar virtudes ni defectos, que después de doscientos años de Independencia de España, a causa precisamente de los malos gobiernos, seguimos siendo dependientes no solamente de España sino de Estados Unidos, de otros países de Asia y Europa y de los organismos económicos mundiales a los que los gobiernos de México y particularmente los panistas de Fox y Calderón —y más señaladamente este último— se han sometido vilmente comprometiendo la economía, la riqueza natural, el territorio y el futuro de México con sus ciento y pico de millones de habitantes a cambio de las prebendas exclusivas de las élites política, empresarial y eclesiástica.

Esto enlaza la injusticia económica y social que priva en nuestro país desde hace mucho más de cien años de la Revolución —lo mismo que el hartazgo—. Sin embargo, reconocemos las “buenas intenciones” —intereses políticos de por medio— de la expropiación petrolera, el reparto agrario, el desarrollo económico y social de los años 1946-1958 y el funcionamiento aceptable de las instituciones gubernamentales hasta entonces, productos o reivindicaciones de la Revolución mexicana.

Con el gobierno de Adolfo López Mateos (1952-58) terminó el proceso revolucionario. Gustavo Díaz Ordaz, que lo sucedió, truncó el proceso estabilizador que tenía buenos resultados para la población en términos generales y a partir de Luis Echeverría Álvarez sobrevino la debacle social, política y económica; la impunidad y la corrupción, que nunca han abandonado al país desde que fueron instauradas por los españoles durante la conquista y la Colonia y que los gobiernos panistas han llevado hasta el infinito y más allá…

El PRI capitalizó la Revolución desde sus ancestros hasta hoy en día; la institucionalizó y la esgrimió para sus estrategias y beneficios partidistas sin que ya nada tenga que ver con aquella premisa de justicia social y económica para la población. El PAN busca recovecos dónde acomodarse en la “revolución de Madero” porque dice que es su esencia…, tal vez por la cuestión de las familias adineradas, pero nada más.

Después de esta pincelada de reflexión sobre si teníamos o no algo qué celebrar con motivo del Bicentenario y del Centenario, vemos que francamente hoy, no tenemos nada qué celebrar… “Hubo un tiempo que hubo, y luego ya no hubo más…” dice la canción de Mono Blanco, porque sobre todo a partir de Carlos Salinas de Gortari hasta Felipe Calderón Hinojosa, todas las calamidades que HOY vive México y que ya no hay espacio para repetir, tienen postrado, empobrecido, amenazado, dividido y sin futuro al pueblo mexicano y son responsabilidades directas de sus gobiernos.
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